jueves, 26 de agosto de 2010

Carlos Mendo y el placer inteligente de la diferencia, por Carlos Carnicero


Un ejemplo de lealtad en la diferencia. Un abrazo a la familia de Carlos Mendo, y un recuerdo para siempre de este gran periodista conservador y demócrata. DEP.


Carlos Mendo y el placer inteligente de la diferencia (Artículo publicado también en el diario El Plural)

Por empezar por el principio, conocí a Carlos Mendo a las diez de la noche del día 4 de septiembre de 1994. Aquel día la Cadena Ser inauguraba tertulias políticas. Desde la época en la que la emisora fue adquirida por el Grupo Prisa hasta aquel momento había un prejuicio hacia la opinión formulada en la radio alrededor de una mesa con personas contrapuestas ideológicamente. Fuimos vanguardia de una forma de hacer periodismo que ya es imprescindible en la emisora.
Recuerdo que atravesé la redacción entre la mirada irónica y escéptica de los redactores, en un universo en el que la información tenía patente de exclusividad; los tiempos forzaron el cambio, no sin reticencias, en primer lugar, del tanbien desaparecido Carlos Llamas.
Aquella noche el cartel estaba compuesto por Carlos Mendo, Natibel Preciado y Miguel Ángel Aguilar, con Carlos Llamas en el puesto de mando, aparte de yo mismo: sin duda alguna, ellos, cuatro de los mejores periodistas españoles del final del siglo XX y de comienzos del siglo XXI.
Durante dieciséis años he tenido miles de horas de discusión civilizada con Carlos Mendo a lo largo de cada semana de caña año. Hoy, estando en La Ventana del verano, que dirige espléndidamente la periodista y amiga Marta González Novo, cuando ha entrado en el estudio el subdirector de informativos, Ernesto Estévez, le he adivinado la tragedia en la mirada; y lo que eran risas sobre viajes y aventuras se han tornado llantos: Carlos Mendo acababa de dejar de vivir.
La muerte se está extendiendo con crueldad sobrepasada sobre mi entorno en los últimos tiempos: si el otro día me sorprendía en La Habana la muerte de Carlos Hugo de Borbón Parma, hoy me ha sobrecogido en la Gran Vía de Madrid la de Carlos Mendo.
La calidad humana de este veterano periodista demócrata y conservador es difícil de encontrar en este universo cainita en el que la diferencia de ideas es suficiente para la descalificación y el insulto. Con Carlos he discutido hasta el agotamiento; nos hemos acalorado en antena y nos hemos abrazado siempre fuera de ella, porque sobre todas las demás cualidades, que eran muchas, Carlos era un hombre fundamentalmente bueno.
Sus exageradas pasiones por el universo anglosajón, sus ideas conservadoras, su norteamericanismo excesivo y su amplia cultura, junto con su absoluta ausencia de rencor en las más agrias disputas, hacen de él una ausencia irreparable en Hora 25 y en sus magníficas crónicas sobre política Internacional en el periódico El País, del que fue alma y fundador. Hoy me acuerdo especialmente de las dos Amparo de su vida, su esplendida mujer y su querida hija. La tragedia marcó su vida donde más duele: en la pérdida de dos de sus hijos por causas crueles y naturales del destino. Y él se sobrepuso siempre a la calamidad porque era un luchador de sus propias convicciones: el periodismo corría por su sangre como caballo de carreras buscando una meta imposible en un horizonte que se acaba de terminar por el agotamiento increíble de la vida.
Nunca me acostumbraré a la muerte de los mejores; nunca podré entender la irreversibilidad del fallecimiento humano porque significa, en este caso, como en el de José Saramago y en el de Carlos Hugo de Borbón, por citar las últimas y desgarradoras pérdidas, que sencillamente nunca más podré hablar con ellos, mirar a los ojos, compartir y discrepar. Nunca más debiera ser sólo aplicable a la muerte porque es de verdad lo único definitivo.
La muerte forma parte de la vida y es la condición de su origen; pero se siente tanto y tan adentro cuando es tan entrañable y cercana que a quien la padece le duelen fieros los hígados, el riñón y el fondo del alma hasta el punto de faltar el aire y negarse a admitir lo irremediable.
Mucha gente me decía por la calle: “dale caña a Carlos Mendo”, porque en esta España envenenada, incluso los bondadosos tienen la tentación de la revancha. Yo siempre contestaba para explicar mi posición con quien estaba en las antípodas de mi pensamiento: “lo que hace grande a la Ser es que podamos estar juntos en el mismo programa y además ser amigos”. Pero no era sólo mérito de la emisora sino fundamentalmente del magnífico talante de Carlos.
Carlos, como el otro Carlos, el Llamas, eran esencia y entendimiento de Hora 25: una forma de hacer la radio distintita y distante de todas las demás. Con estas ausencias tan dolorosamente sentidas, cada día nuestro trabajo es más difícil pero más comprometido. No me voy a acostumbrar nunca a su ausencia.

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