El PSOE debe volver a sintonizar con los progresistas y superar la brecha con los jóvenes
La victoria del Partido Popular en las elecciones del 20-N
no es el resultado de la hegemonía ideológica de la derecha en España. Los
populares ganan en un país que apenas ha variado sus ideas políticas. El
triunfo del PP tampoco responde a la superioridad de ese partido: tanto el
líder como la organización llegan al poder a pesar de la mala valoración
ciudadana. Pero si no es por la ideología, ni por el líder, ni por el partido,
¿por qué han ganado los populares?
La explicación de la debacle socialista se resume en dos
palabras: crisis y paro. Ahora bien, el razonamiento de cómo ambas cuestiones
provocan las mayores ventajas de los conservadores en nuestra democracia, tanto
en votos (casi 3,9 millones) como en escaños (76), es algo más complejo. Dos
factores confluyen.
Por un lado, la percepción en el electorado, especialmente
en el de bajo perfil político (el de centro y el del grupo que no tiene
ideología), de que el PP es más capaz que el PSOE de gestionar la economía y
crear empleo (incapacidad). Por otro lado, la convicción de los progresistas de
que en la reacción a la crisis se ha diluido seriamente la identidad del
proyecto socialdemócrata (incoherencia ideológica).
La conjunción de incapacidad e incoherencia ideológica del
PSOE es especialmente lesiva en el electorado joven, en el que la brecha entre
los dos principales partidos es muy amplia. En los jóvenes predominan dos
estereotipos: el pragmático, de talante liberal, que vota al PP en busca de
soluciones para los suyos y para sí mismo; y el idealista que expresa con su
voto a partidos pequeños o con la abstención que otro mundo es posible. Algo
importante une a ambos grupos: las dificultades para abrirse camino, mucho
mayores que las que sus padres sufrieron y enormemente agravadas por la crisis.
Las consecuencias de la percepción de incapacidad y de
incoherencia ideológica no son similares. La primera provoca muchas menos fugas
electorales en el PSOE que la segunda, pero también es la que permite un cierto
crecimiento del voto al PP. En todo caso, las dos explican el hundimiento del
partido.
¿Qué deberían hacer los socialistas para recomponer su
electorado? El primer reto consiste en mejorar su capacidad. Se trata de un
propósito factible. Los ciudadanos son muy volubles en lo que respecta a la competencia
que atribuyen a los partidos a la hora de gestionar la economía: en otros
momentos, como en las elecciones de 1993 y de 2008, era el PSOE el que se
imponía en esta dimensión.
Al margen de que sea la imagen de capacidad del PP la que se
deteriore en los próximos tiempos como consecuencia de la crisis, los
socialistas tendrían que apostar por equipos que transmitan la máxima
solvencia, lo que implica incluir en las primeras filas a los más preparados y
mejorar la comunicación de los mensajes.
El segundo reto radica en recuperar la sintonía con los
electores progresistas, un objetivo mucho más complejo. Es probable que, tras
cuatro años de Gobierno popular, los ciudadanos perciban que sí existen
diferencias nítidas entre los dos principales partidos, sobre todo en el empeño
por reducir las desigualdades. Sin embargo, esto no será suficiente. Para
alcanzar una sintonía amplia con la sociedad, el PSOE tiene que adentrarse en
nuevos territorios: no basta con defender el Estado de bienestar. Es necesario
abordar la brecha que existe con los jóvenes. Y aquí las soluciones deben ser
más rotundas.
A lo largo de su historia, la socialdemocracia ha combatido
las desigualdades de clase, primero, y las de género, después. Ahora le toca
afrontar una nueva forma de desigualdad: la que se produce entre generaciones y
que, según los datos del CIS, es ya mayor que la que se da entre hombres y
mujeres.
Los jóvenes de hoy se encuentran en una situación de
discriminación sin precedentes con respecto a sus propios padres. Y lo están
por una acumulación de factores: porque es incomparablemente más costoso para
ellos acceder a una vivienda, porque es mucho más difícil que encuentren empleo
(pese a contar con mucha mejor formación), porque cuando lo logran las
condiciones son casi siempre precarias, y porque, en última instancia, para
disfrutar de su pensión tendrán que trabajar más años que sus padres.
Por ello, los jóvenes, a diferencia de sus mayores, no se
conformarán ni con el retorno a las esencias de la socialdemocracia, ni tampoco
con la formación de un equipo de personas que transmitan competencia. Exigirán
mucho más. Primero, que se llame al problema por su nombre reconociendo que no
solo hay conflictos de clase, sino que, hoy por hoy, también hay un conflicto
entre generaciones. Y, segundo, que se articule un proyecto integral que
corrija esta nueva fuente de injusticia, removiendo aquellos obstáculos que
impiden a los jóvenes elegir la vida que realmente quieren llevar.
En España, como en otros países, los socialdemócratas han
sabido siempre defender los intereses de los más débiles: de las clases
trabajadoras, en primer lugar, y de las mujeres, en segundo. Ahora es necesario
que se dé el tercer salto, volcando toda la energía en los jóvenes. Es en la
búsqueda de soluciones a la desigualdad generacional donde quizás los
socialistas españoles se jueguen su futuro.