Si Rita Barberá tuviera el más mínimo interés en debatir seriamente sobre el delito de cohecho, podría llamar a los catedráticos y profesores expertos en la materia, quienes le explicarían que el límite de lo correcto está en los usos socialmente admisibles. Un ejemplo puede servir para que lo entienda hasta la alcaldesa de Valencia: si alguien va a cenar a casa de unos amigos le puede llevar una botella de vino o una caja de anchoas, pero no se le ocurre aparecer con unos trajes a medida, una televisión o un Jaguar.
Pero a Barberá le importa un bledo la discusión jurídica
sobre el cohecho. Lo que pretende es montar un circo dedicado a hablar sobre las
anchoas, cuando lo único relevante en esta historia es aclarar el tema de los
chorizos.
Barberá y compañía tienen que explicar por qué cuando Garzón encarceló al chorizo Correa, el PP decidió disparar contra el juez y no colaborar en la investigación sobre la trama corrupta.
Barberá y compañía tienen que explicar por qué cuando el chorizo Álvaro Pérez apareció como gran benefactor textil del presidente Camps, el PP decidió responder con mentiras: que si había facturas, que si pagaba en metálico, que si la farmacia de la mujer. Mentira sobre mentira, como si no hubieran sacado ninguna lección del Prestige, de las armas de destrucción masiva de Irak y del 11-M.
Barberá y compañía tienen que explicar por qué cuando las andanzas de los chorizos pusieron en el punto de mira judicial al tesorero del partido, el PP respondió que jamás habría pruebas de la culpabilidad de Bárcenas, en vez de pedirle explicaciones serias sobre su vida de multimillonario.
Barberá y compañía tienen, en definitiva, que explicar por qué cuando en un lado están los chorizos y en el otro jueces, fiscales, policías y periodistas, el PP decide amparar a los chorizos, atacar a quienes persiguen a los delincuentes, mentir a los ciudadanos y propagar simplezas sobre las anchoas.
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