Además de salir al paso de las maledicencias que corren estos días por los mentideros periodísticos, y sus rotativas, Rodríguez Ibarra nos regala algunas perlas a modo de principios de actuación que si muchos -pero muchos, muchos- socialistas, con cargos o no, cumplieran a pies juntillas, otro gallo nos cantaría en el funcionamiento, y en los resultados electorales tanto a nivel estatal, pero sobre todo en las agrupaciones locales y federaciones regionales de mi partido. A continuación, el artículo completo.
PSOE: ... donde nadie se atreve a levantar la voz
Por JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA, publicado hoy en ElPaís.com
El título de este artículo está sacado de la crónica que Fernando Garea, periodista de EL PAÍS, realizó el 14 de septiembre y que se titulaba "La gestión de Zapatero de la crisis siembra el desconcierto en el PSOE". Según el cronista, un anónimo dirigente socialista contaba: "No hay confrontación ni fractura en el PSOE, porque estar en el Gobierno apacigua mucho. Te pueden llamar por teléfono y ofrecerte una secretaría de Estado o un ministerio". En semanas pasadas, Joaquín Leguina afirmaba en un reportaje televisivo que Zapatero había eliminado a militantes que podían aportar cosas al proyecto socialista por su obsesión de contar con gente nueva, prescindiendo de la vieja guardia socialista; en concreto se citaba a él mismo y a quien firma estas líneas.
Quiero empezar por aclarar que Rodríguez Zapatero no tuvo ninguna intervención en mi deseo y decisión de abandonar la actividad institucional al frente de la Presidencia de la Junta de Extremadura. Fui yo el que, voluntariamente, decidí apartarme para no volver a tentar la suerte. El corazón me jugó una mala pasada, me sacaron tarjeta amarilla y pensé que la próxima sería roja. Yo no soy una víctima de nadie más que de mis circunstancias. Si estoy en silencio, y sólo me expreso a través de cauces periodísticos, es por voluntad propia, no por marginación. Siempre he pensado que quienes hemos tenido una cierta responsabilidad política e institucional, lo mejor que podemos hacer, cuando la abandonamos, es no pretender seguir conduciendo un autobús del que ya no tenemos ni los mandos ni el puesto de conductor. Nuestra tarea debe consistir en ocupar los últimos asientos, no importunar al nuevo conductor, ayudarle a transitar por la nueva ruta y, en el supuesto de que requiera nuestra opinión, ofrecerla con rigor, libertad y sinceridad; y si no, ¡silencio y no molestar! Y, si en el PSOE fuera cierto que nadie se atreve a levantar la voz, la culpa no la tendría Zapatero, sino quienes por una secretaría de Estado o por un ministerio son capaces de perder la voz, la dignidad y la vergüenza. El silencio no es consecuencia de un supuesto autoritarismo del secretario general del PSOE, sino de la cobardía de los que han hecho dejación de su responsabilidad.
Se habla de que Zapatero ha acabado con la generación de socialistas que hicimos la Transición y protagonizamos la etapa más brillante del socialismo en España. Niego la mayor. No se ha prescindido de nosotros; ése no sería, además, un problema grave. El drama aparece cuando, como recoge la crónica de Garea, la generación que nos siguió decide prescindir de ellos mismos. Es cierto que las reuniones de las comisiones ejecutivas del PSOE en la etapa de Felipe González duraban varias horas y que las que preside Zapatero apenas llegan a los 60 minutos, pero la explicación de tal reducción en el debate no es que Felipe fuera muy demócrata y Zapatero muy autoritario; la explicación es que los que acompañábamos a Felipe le discutíamos hasta la saciedad sus propuestas y defendíamos con uñas y dientes las nuestras, mientras que, ahora, véanse las reuniones del Comité Federal del PSOE: todo son elogios y aplausos.
En tiempos anteriores, en el PSOE estaba prohibido hablar bien de la Comisión Ejecutiva Federal cuando se trataba de examinar la gestión de la dirección socialista; ahora eso ha cambiado y lo que se oye son elogios totales o parciales, pero no he percibido nunca que Rodríguez Zapatero pretenda prohibir o molestarse por la crítica libre y democrática.
Zapatero es un dirigente socialista que se ganó su puesto con ahínco y decisión; sabía que no era imposible ser secretario general del PSOE y lo intentó. Me temo que, de ahí para abajo, las figuras que han ido surgiendo, en distintos ámbitos de responsabilidad, no siguieron el camino de Zapatero, sino que creen que deben su puesto a la voluntad de Zapatero, lo que anula o difumina su capacidad para ser libres y aportar visiones personales a la difícil tarea de gobernar un país desde la perspectiva socialista. No dudo de que la actual generación de socialistas tenga grabada, a sangre y fuego, la ideología socialdemócrata, pero, por lo que se ve, existe mucha ideología y apenas ninguna idea que permita al líder medirse y medir sus propias iniciativas que, hasta ahora, son las únicas que conocemos. No estamos, pues, ante el problema de rescatar o no a la generación anterior de socialistas, estamos ante el dilema de saber si la generación que la sucedió decide asumir su responsabilidad o queda como una generación perdida y silenciosa.
Lo de la "cartera ministerial o lo de la secretaría de Estado" no puede ni debe ser la aspiración de un socialista que participa del proyecto colectivo de un partido de izquierdas y centenario. La misma crónica, citada más arriba, nos ilustraba sobre la "huida" de ex ministros del Parlamento español. Parece ser que, una vez destituidos de sus responsabilidades ministeriales, ya no tienen nada que hacer en la vida política; unos se quejan de que, por el hecho de haber formado parte del círculo inicial que apoyó a Zapatero para ocupar la secretaría general del PSOE, merecerían ser ministros, como mínimo. Si todo el mérito que se puede aducir para volar por las alturas es haber visto antes que otros la valía de Zapatero, prefiero que sigan donde están, porque eso sólo les acreditaría como buenos visionarios, pero no les da ningún plus a la hora de ocupar cargos de mayor responsabilidad. Y luego están los que abandonan el escaño porque, después de haber sido ministros, "ya no tienen nada que hacer en el Parlamento". Si esa fuera la norma a seguir, ¿cómo explican que existan cientos de socialistas que, habiendo tocado el techo, siguen defendiendo y peleando por las ideas que profesan y por el triunfo del partido en el que militan? ¿Cómo que no tiene nada que hacer quien ha sido ministro? Se nota que no conocen las Casas del Pueblo, donde miles de socialistas están deseando que quienes han acumulado una experiencia gubernamental puedan explicar las claves de la política seguida y de lo que queda por hacer.
Quien ha sido ministro de Justicia tiene una larga tarea para asesorar a los militantes socialistas sobre los abusos de poder que suceden en muchos pueblos de España, donde la falta de control democrático de las instituciones públicas vulnera constantemente los derechos de los ciudadanos. Quien ha sido ministro de Cultura tiene un amplio campo de juego para coordinar una política cultural que nos haga entender, aún mejor, la diversidad cultural española y los fenómenos políticos que esa diversidad cultural conlleva. Quien ha sido ministro de Sanidad tiene el campo abonado para explicar las excelencias del sistema público de salud español y los riesgos que significa el que los más pudientes sigan sin confiar en el mismo, comprando fuera lo que, excelentemente, se ofrece dentro. El máster que significa haber pasado por un ministerio se puede usar en beneficio propio o en beneficio de las siglas que nos permitieron llegar a lo más alto. ¡Miles de militantes nunca llegaron ni a concejal y ahí siguen peleando y defendiendo sus ideas, sin pensar que, si no llegan a ministros, no merece la pena seguir en este apasionante proyecto!
Juan Carlos Rodríguez Ibarra es miembro del Comité Federal del PSOE y ex presidente de Extremadura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario