¿De verdad alguien independiente y en su sano juicio puede pensar que con un salario mínimo actual que no llega a 700 euros, con un salario medio que no llega a los 1.500 euros de media, con salarios medios en definitiva que sólo nos superan Portugal y Grecia, pero por abajo, se puede pensar que el problema y la solución en España está en el mercado de trabajo?
Pocas dudas quedan ya de que los dos focos de la recesión mundial actual son el sector financiero y el inmobiliario, con USA como su epicentro y con países más afectados relativamente -como Irlanda y España- por el peso del sector de la construcción en todos ellos. Esto no lo niegan ni siquiera los protagonistas de este drama: financieros, aseguradoras, constructoras, hipotecarias, etc., que han tomado parte en el reparto. Ahora las empresas afectadas tienen básicamente dos problemas: unos costes financieros elevados como consecuencia de las restricciones del crédito que lleva a cabo el sector financiero con el objeto de compensar su morosidad e incobrables; una disminución de ingresos porque las ventas han caído como consecuencia de que hemos entrado en una espiral contractiva: caída de ventas, despidos, caída de rentas salariales a consecuencia de los despidos, caída del consumo ante la caída de estas rentas salariales, caída de la producción por la caída del consumo anterior, menos rentas salariales, y vuelta a empezar.
Lógicamente, también ha caído la inversión privada, y también la pública por las medidas restrictivas como consecuencia de la caída de los ingresos fiscales debido a la contracción de la economía. Vamos,el flujo circular de la renta que ya iniciara su análisis Quesnay y su escuela en el siglo XVIII en su “Tableau economique”, aunque con otros conceptos y actores. Parece esto tan elemental, casi tan trivial y evidente que debiera ser innecesario recordarlo. Pues no debe parecerlo. Parece obvio que unos problemas que surgen en los sectores de la construcción y en el financiero deberían abordarse a partir de estos sectores y comprobar el porqué y el cómo de su efecto para toda la estructura económica de cada país y para el conjunto de todos los países. Si además se ha producido una disminución de la demanda agregada privada (consumo privado + inversión privada + exportaciones - importaciones), parece lógico compensar esta caída con un aumento del gasto e inversiones públicas; las soluciones keynesianas de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado así lo avalan. Soluciones que están practicando los gobiernos de todos los países, incluso aunque practiquen un keynesianismo de derechas por el destino inmediato de ese gasto y por la omisión de otras medidas que ahora no entro.
Pues bien, en España o fuera de ella, no parece que los adalides del neoliberalismo y de la desregulación que han defendido el sistema que nos ha traído a esta situación se den por enterados. Veamos un ejemplo. En el “ABC” del 26 de este mes, en ese periódico que fue pilar mediático de la dictadura franquista, dice el Sr. Fernando Fernández -¡que es catedrático de economía!- que lo que hay que hacer es disminuir “el tamaño del sector público de la economía, congelando sueldos y plantillas de funcionarios, despidiendo temporales y asesores eventuales, recortado el seguro de desempleo, prestaciones sociales, educativas y sanitarias” (1). ¿Dónde habrá estudiado este tipo? ¿Cómo habrá obtenido la cátedra? No se puede ser más cretino. Hay que hacer un informe PISA para profesores, catedráticos; hay que revisar la teoría que se enseña en las facultades ahora porque del ignorante se perdona todo -salvo que se crea sabio-, pero el instruido convertido en cretino supone una pésima asignación de recursos en la enseñanza y obliga a una revisión de las enseñanzas, además de las oposiciones a cátedra. Pero esto no sólo pasa en España: piénsese en los funcionarios de élite del FMI, del Banco Mundial, de la Unión Europea. ¿Qué tipo de análisis se enseña en las facultades, en las escuelas de negocios, para que una legión de estudiantes se conviertan al cabo de un quinquenio o algo más en mentes idiotizadas que repiten las mismas recetas -reforma laboral con menos derechos, menos déficit, menos impuestos, menos Estado- sean cuales sean los problemas de cada economía, de cada país, de cada momento del ciclo? ¿O acaso sólo se colocan los cretinos con título con tal de que los contratadores, también en su mayoría supuestamente cretinos, oigan lo que quieren oír? ¿Estamos en un caso de selección adversa gigantesca?
Tengo en mis manos excelentes manuales de micro, de macro, de historia del análisis económico -que ha de ser también sociológico o no es nada- y no es verdad que se enseñen estas idioteces, que se den estas recetas ante cualquier situación. Así, el excelente libro de Olivier Blanchard (2) se habla de forma equilibrada de los instrumentos de la política económica en situaciones varias: la política monetaria, la fiscal; se habla del mercado de trabajo, de los salarios de eficiencia, del desempleo; de la inflación y de la curva de Philips; del papel del progreso técnico en el crecimiento; de los mercados financieros y sus expectativas; del sector exterior y de su importancia; y también se añade a todo el análisis ejemplos históricos que confirman o desmienten las conclusiones de la teoría. Es un buen libro, un buen manual muy utilizado en el mundo de la enseñanza. Cualquiera que haya leído este libro y lo haya entendido no puede sacar la conclusión que saca el Sr. Fernández en el artículo mencionado. Y el señor Blanchard ha sido profesor en Harvard y asesor de varios organismos internacionales, entre ellos el FMI, nada sospechosos de izquierdismo. También son excelentes los manuales de macro y micro (3) del premio Nobel Joseph E. Stiglitz donde en la contraportada se hace un resumen de lo que trata el libro de macro como son la “fiscalidad, el comercio, los precios y la competencia, el mercado competitivo, los mercados imperfectos, la toma de decisiones en la empresa, el cambio tecnológico, la motivación de directivos y trabajadores, el medio ambiente, el pleno empleo, la inflación, el sistema de precios, los déficits y su reducción, etc.”. Es imposible leyendo el libro sacar la receta del Sr. Fernández para nuestros atribulados tiempos. Se pueden multiplicar los ejemplos. Otro excelente manual es el de “Microeconomía” de Saul Estrin y David Laidler (4). Leyendo estos manuales y/o otros muchos, de ninguno se puede extraer la solución, la receta a la crisis actual surgida en los sectores mencionados y ampliados por el comportamiento de otros actores anejos como los fondos especulativos (hegde funds), las agencias de calificación, los funcionarios del FMI, del BM, de la UE. No es que el Sr. Fernández sea un intelectual ni lo pretende ser puesto que es adicto a una creencia en el sentido orteguiano (5), ni tiene peso alguno en la sociedad española, pero lo tomo como ejemplo de la perplejidad que produce oír las recetas de los neoliberales que en nada se corresponden con el conocimiento y la historia del conocimiento del análisis económico, a pesar del sesgo que tiene la enseñanza de estas materias.
Los neoliberales han formado una religión cuyo catecismo es un libro escrito por un andarín moralista escocés en 1776 (6) con muchas dotes de observación, aunque no se enterara de la revolución industrial que se abría paso en Inglaterra. De este escocés se llega inmediatamente a David Ricardocon su teoría de la renta/s en la producción y distribución, y la teoría de los costes comparativos en el comercio. Los pocos neoliberales leídos toman la interpretación marginalista de la teoría de la renta de Ricardo y la conectan con la llamada revolución marginalista de la tríada Jevons-Menger-Walras, y de ahí obtienen una teoría de los precios derivado de la utilidad de las cosas. Pero no de la utilidad total o absoluta, sino de la utilidad marginal. Según esta teoría, los precios de los productos -y también del trabajo- se deriva de la aportación de la utilidad de la última unidad comprada (vendida), consumida, empleada (productividad del trabajo). Con esto, con un poquito de matemáticas (7), con Pareto y su asignación óptima de recursos, y con los 2 teoremas del Estado de Bienestar se llega al mundo deAlicia en el país de las maravillas, donde nada se puede cambiar una vez producido el intercambio entre consumidores y productores porque empeoramos. No importa que el 1% de la población tenga el 99% de la renta y riqueza, porque habremos llegado a la mejor situación posible, al mejor de los mundos posibles dada esta distribución. Y eso se consigue con la competencia perfecta. Nada importa que en el mundo real no exista esa competencia perfecta, donde los actores económicos -consumidores y productores, demandantes y oferentes- son precios-aceptantes, no importa que en el mundo real se den los llamados fallos del mercado (8), es decir, oligopolios, monopolios, competencia imperfecta o monopolística, información asimétrica, rendimientos crecientes a escala, bienes públicos, efectos externos, etc. Nada de eso importa, porque los neoliberales se han aprendido una doctrina, nunca analizan la realidad con su doctrina, no la confrontan, no emplean los instrumentos de análisis -como decía la gran Joan Robinson- como una caja de herramientas; son simplemente servidores de sus amos, de quien los paga o fieles conversos a la religión del sólo del mercado y de nada de Estado. Recomiendo el artículo del profesor David Anisi, “Economía: la pretensión de una ciencia” (9), que se puede obtener en internet (10).
Pero lo del terror al déficit y la pretendida solución de la crisis facilitando el despido y rebajando los salarios no resulta comprensible ni justificable ni siquiera a la luz de los manuales. Al menos en España. ¿De verdad alguien independiente y en su sano juicio puede pensar que con un salario mínimo actual que no llega a 700 euros, con un salario medio que no llega a los 1.500 euros de media, con salarios medios en definitiva que sólo nos superan Portugal y Grecia, pero por abajo, se puede pensar que el problema y la solución en España está en el mercado de trabajo? Y con el Sr. Fernández está elSr. Montoro, portavoz económico del P.P., que para vergüenza de los catedráticos también lo es él. En su disculpa hay que decir que lo que dice lo tiene que entender el Sr. Rajoy y la Sra. Sáez de Santamaría, portavoz parlamentaria de este partido, y eso es una tarea ímproba. Lo del déficit, en cambio, creo que es una obsesión que los que defienden su eliminación en cualquier tiempo, lugar y circunstancia debieran tratárselo para que no devenga en una neurosis o en algo peor. Hacer una política anticrisis y anticíclica tiene como consecuencia o un aumento del déficit, de un aumento del endeudamiento o de ambas cosas. Es inevitable si se quiere que desde lo público se haga lo posible para al menos paliar las crisis y sus efectos más nocivos. Resulta curioso, cínico e hipócrita que los mismos que piden subvenciones, ayudas, desgravaciones y rebajas de impuestos a los poderes públicos sean los mismos o sus amigos o sus aliados los que luego critican el déficit porque los llamados mercados financieros castigan a los países que han incurrido en ellos sin distinción de motivos. Los llamados analistas, asépticos aparentes pero lacayos de sus amos, llaman mercados como si estos fueran mecanismos automáticos, robots de las finanzas a los que hay que someterse porque son el mal menor. Pues bien, estos mercados, estos fondos especulativos tienen nombres y apellidos; en el caso español se llaman Brevan Howard, Moore Capital, Paulson and Co., que se conjuraron en febrero de este año para atacar la deuda pública española tomando posiciones cortas a plazo. Para otros países, The Wall Street Journal daba los nombres de Balestra Capital, Hayman Capital Partners, North Asset Management, Pivot Capital Management., con sus directivos y responsables, con sus Madoff y sus Soros de turno.
Pero volvamos al tema del título del artículo. La existencia de tipos como el Sr. Fernández o el Sr. Montoro y sus argumentos, obligan a revisar planes de estudios, oposiciones a cátedra, facultades de economía, escuela de negocios, oposiciones, porque con nuestros impuestos se titulan cretinos que luego llegan a puestos políticos u ocupan espacios en medios de comunicación. Si ello es inevitable porque sin el papel de lacayos del dinero no saben ganarse la vida estos tipos, que no sea al menos a nuestra costa.
Antonio Mora Plaza - Economista.
Lógicamente, también ha caído la inversión privada, y también la pública por las medidas restrictivas como consecuencia de la caída de los ingresos fiscales debido a la contracción de la economía. Vamos,el flujo circular de la renta que ya iniciara su análisis Quesnay y su escuela en el siglo XVIII en su “Tableau economique”, aunque con otros conceptos y actores. Parece esto tan elemental, casi tan trivial y evidente que debiera ser innecesario recordarlo. Pues no debe parecerlo. Parece obvio que unos problemas que surgen en los sectores de la construcción y en el financiero deberían abordarse a partir de estos sectores y comprobar el porqué y el cómo de su efecto para toda la estructura económica de cada país y para el conjunto de todos los países. Si además se ha producido una disminución de la demanda agregada privada (consumo privado + inversión privada + exportaciones - importaciones), parece lógico compensar esta caída con un aumento del gasto e inversiones públicas; las soluciones keynesianas de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado así lo avalan. Soluciones que están practicando los gobiernos de todos los países, incluso aunque practiquen un keynesianismo de derechas por el destino inmediato de ese gasto y por la omisión de otras medidas que ahora no entro.
Pues bien, en España o fuera de ella, no parece que los adalides del neoliberalismo y de la desregulación que han defendido el sistema que nos ha traído a esta situación se den por enterados. Veamos un ejemplo. En el “ABC” del 26 de este mes, en ese periódico que fue pilar mediático de la dictadura franquista, dice el Sr. Fernando Fernández -¡que es catedrático de economía!- que lo que hay que hacer es disminuir “el tamaño del sector público de la economía, congelando sueldos y plantillas de funcionarios, despidiendo temporales y asesores eventuales, recortado el seguro de desempleo, prestaciones sociales, educativas y sanitarias” (1). ¿Dónde habrá estudiado este tipo? ¿Cómo habrá obtenido la cátedra? No se puede ser más cretino. Hay que hacer un informe PISA para profesores, catedráticos; hay que revisar la teoría que se enseña en las facultades ahora porque del ignorante se perdona todo -salvo que se crea sabio-, pero el instruido convertido en cretino supone una pésima asignación de recursos en la enseñanza y obliga a una revisión de las enseñanzas, además de las oposiciones a cátedra. Pero esto no sólo pasa en España: piénsese en los funcionarios de élite del FMI, del Banco Mundial, de la Unión Europea. ¿Qué tipo de análisis se enseña en las facultades, en las escuelas de negocios, para que una legión de estudiantes se conviertan al cabo de un quinquenio o algo más en mentes idiotizadas que repiten las mismas recetas -reforma laboral con menos derechos, menos déficit, menos impuestos, menos Estado- sean cuales sean los problemas de cada economía, de cada país, de cada momento del ciclo? ¿O acaso sólo se colocan los cretinos con título con tal de que los contratadores, también en su mayoría supuestamente cretinos, oigan lo que quieren oír? ¿Estamos en un caso de selección adversa gigantesca?
Tengo en mis manos excelentes manuales de micro, de macro, de historia del análisis económico -que ha de ser también sociológico o no es nada- y no es verdad que se enseñen estas idioteces, que se den estas recetas ante cualquier situación. Así, el excelente libro de Olivier Blanchard (2) se habla de forma equilibrada de los instrumentos de la política económica en situaciones varias: la política monetaria, la fiscal; se habla del mercado de trabajo, de los salarios de eficiencia, del desempleo; de la inflación y de la curva de Philips; del papel del progreso técnico en el crecimiento; de los mercados financieros y sus expectativas; del sector exterior y de su importancia; y también se añade a todo el análisis ejemplos históricos que confirman o desmienten las conclusiones de la teoría. Es un buen libro, un buen manual muy utilizado en el mundo de la enseñanza. Cualquiera que haya leído este libro y lo haya entendido no puede sacar la conclusión que saca el Sr. Fernández en el artículo mencionado. Y el señor Blanchard ha sido profesor en Harvard y asesor de varios organismos internacionales, entre ellos el FMI, nada sospechosos de izquierdismo. También son excelentes los manuales de macro y micro (3) del premio Nobel Joseph E. Stiglitz donde en la contraportada se hace un resumen de lo que trata el libro de macro como son la “fiscalidad, el comercio, los precios y la competencia, el mercado competitivo, los mercados imperfectos, la toma de decisiones en la empresa, el cambio tecnológico, la motivación de directivos y trabajadores, el medio ambiente, el pleno empleo, la inflación, el sistema de precios, los déficits y su reducción, etc.”. Es imposible leyendo el libro sacar la receta del Sr. Fernández para nuestros atribulados tiempos. Se pueden multiplicar los ejemplos. Otro excelente manual es el de “Microeconomía” de Saul Estrin y David Laidler (4). Leyendo estos manuales y/o otros muchos, de ninguno se puede extraer la solución, la receta a la crisis actual surgida en los sectores mencionados y ampliados por el comportamiento de otros actores anejos como los fondos especulativos (hegde funds), las agencias de calificación, los funcionarios del FMI, del BM, de la UE. No es que el Sr. Fernández sea un intelectual ni lo pretende ser puesto que es adicto a una creencia en el sentido orteguiano (5), ni tiene peso alguno en la sociedad española, pero lo tomo como ejemplo de la perplejidad que produce oír las recetas de los neoliberales que en nada se corresponden con el conocimiento y la historia del conocimiento del análisis económico, a pesar del sesgo que tiene la enseñanza de estas materias.
Los neoliberales han formado una religión cuyo catecismo es un libro escrito por un andarín moralista escocés en 1776 (6) con muchas dotes de observación, aunque no se enterara de la revolución industrial que se abría paso en Inglaterra. De este escocés se llega inmediatamente a David Ricardocon su teoría de la renta/s en la producción y distribución, y la teoría de los costes comparativos en el comercio. Los pocos neoliberales leídos toman la interpretación marginalista de la teoría de la renta de Ricardo y la conectan con la llamada revolución marginalista de la tríada Jevons-Menger-Walras, y de ahí obtienen una teoría de los precios derivado de la utilidad de las cosas. Pero no de la utilidad total o absoluta, sino de la utilidad marginal. Según esta teoría, los precios de los productos -y también del trabajo- se deriva de la aportación de la utilidad de la última unidad comprada (vendida), consumida, empleada (productividad del trabajo). Con esto, con un poquito de matemáticas (7), con Pareto y su asignación óptima de recursos, y con los 2 teoremas del Estado de Bienestar se llega al mundo deAlicia en el país de las maravillas, donde nada se puede cambiar una vez producido el intercambio entre consumidores y productores porque empeoramos. No importa que el 1% de la población tenga el 99% de la renta y riqueza, porque habremos llegado a la mejor situación posible, al mejor de los mundos posibles dada esta distribución. Y eso se consigue con la competencia perfecta. Nada importa que en el mundo real no exista esa competencia perfecta, donde los actores económicos -consumidores y productores, demandantes y oferentes- son precios-aceptantes, no importa que en el mundo real se den los llamados fallos del mercado (8), es decir, oligopolios, monopolios, competencia imperfecta o monopolística, información asimétrica, rendimientos crecientes a escala, bienes públicos, efectos externos, etc. Nada de eso importa, porque los neoliberales se han aprendido una doctrina, nunca analizan la realidad con su doctrina, no la confrontan, no emplean los instrumentos de análisis -como decía la gran Joan Robinson- como una caja de herramientas; son simplemente servidores de sus amos, de quien los paga o fieles conversos a la religión del sólo del mercado y de nada de Estado. Recomiendo el artículo del profesor David Anisi, “Economía: la pretensión de una ciencia” (9), que se puede obtener en internet (10).
Pero lo del terror al déficit y la pretendida solución de la crisis facilitando el despido y rebajando los salarios no resulta comprensible ni justificable ni siquiera a la luz de los manuales. Al menos en España. ¿De verdad alguien independiente y en su sano juicio puede pensar que con un salario mínimo actual que no llega a 700 euros, con un salario medio que no llega a los 1.500 euros de media, con salarios medios en definitiva que sólo nos superan Portugal y Grecia, pero por abajo, se puede pensar que el problema y la solución en España está en el mercado de trabajo? Y con el Sr. Fernández está elSr. Montoro, portavoz económico del P.P., que para vergüenza de los catedráticos también lo es él. En su disculpa hay que decir que lo que dice lo tiene que entender el Sr. Rajoy y la Sra. Sáez de Santamaría, portavoz parlamentaria de este partido, y eso es una tarea ímproba. Lo del déficit, en cambio, creo que es una obsesión que los que defienden su eliminación en cualquier tiempo, lugar y circunstancia debieran tratárselo para que no devenga en una neurosis o en algo peor. Hacer una política anticrisis y anticíclica tiene como consecuencia o un aumento del déficit, de un aumento del endeudamiento o de ambas cosas. Es inevitable si se quiere que desde lo público se haga lo posible para al menos paliar las crisis y sus efectos más nocivos. Resulta curioso, cínico e hipócrita que los mismos que piden subvenciones, ayudas, desgravaciones y rebajas de impuestos a los poderes públicos sean los mismos o sus amigos o sus aliados los que luego critican el déficit porque los llamados mercados financieros castigan a los países que han incurrido en ellos sin distinción de motivos. Los llamados analistas, asépticos aparentes pero lacayos de sus amos, llaman mercados como si estos fueran mecanismos automáticos, robots de las finanzas a los que hay que someterse porque son el mal menor. Pues bien, estos mercados, estos fondos especulativos tienen nombres y apellidos; en el caso español se llaman Brevan Howard, Moore Capital, Paulson and Co., que se conjuraron en febrero de este año para atacar la deuda pública española tomando posiciones cortas a plazo. Para otros países, The Wall Street Journal daba los nombres de Balestra Capital, Hayman Capital Partners, North Asset Management, Pivot Capital Management., con sus directivos y responsables, con sus Madoff y sus Soros de turno.
Pero volvamos al tema del título del artículo. La existencia de tipos como el Sr. Fernández o el Sr. Montoro y sus argumentos, obligan a revisar planes de estudios, oposiciones a cátedra, facultades de economía, escuela de negocios, oposiciones, porque con nuestros impuestos se titulan cretinos que luego llegan a puestos políticos u ocupan espacios en medios de comunicación. Si ello es inevitable porque sin el papel de lacayos del dinero no saben ganarse la vida estos tipos, que no sea al menos a nuestra costa.
Antonio Mora Plaza - Economista.
(1) “No es país para pusilánimes”, ABC.
(2) “Macroeconomía”, edit. Prentice Hall, año 2000.
(3) “Macroeconomía”, Ariel económico, año 1998; “Microeconomía”, Ariel económico, año 1998.
(4) en edit. Prentice Hall.
(5) “Ideas y creencias.
(6) “Investigación sobre la naturaleza y causa de las riquezas de las naciones”, de Adam Smith.
(7) Los teoremas de Brower y kakutani.
(8) Ver “Análisis microeconómico”, de Julio Segura, págs. 297 y siguientes, AUT, año 2004.
(9) PDF: David Anisi, “Economía: la pretensión de una ciencia”
(10) Hay muchos manuales de historia del análisis que les vendrían muy bien a los Fernández y Montoros, pero recomiendo el de “Panorama de historia del pensamiento económico”, de Ernesto Screpanti y Stefano Zamagni, edit. Ariel Economía, 1993. También la “Historia de la teoría económica y de su método”, de R.B. Ekelund y R. F. Hébert, edit. MacGraw-Hill, 1997.
PD.: la imagen la he tomado de aquí
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